*En el recién declarado Pueblo Mágico de Naolinco sobrevive, desde hace 481 años, un ritual para honrar a los nuestros, el cual podría perfilarse para ser declarado Patrimonio Intangible de la Humanidad
Javier Salas Hernández
Naolinco, Ver.- Una vez al año, el ambiente terso del pueblo montañoso poco a poco se impregna del olor a cempasúchil, a incienso, a pan de muerto, vino, a chocolate y tamales.
Las calles de Naolinco, la mayoría empedrada, se inunda de un mar de gente procedente de diversos puntos de la nación e incluso de algunos países, donde ha llegado esta singular festividad a los muertos.
La Cantada, le dicen. Una tradición prehispánica de 481 años que se mantiene más viva que nunca y que contribuyó a que Naolinco lograra recientemente la denominación de Pueblo Mágico.
La tradición ha traspasado la frontera estatal y nacional y podría perfilarse para ser declarada Patrimonio Intangible de la Humanidad, más aún que el terruño donde nació es ahora uno de los ocho Pueblos Mágicos de Veracruz.
El primero de noviembre es la noche que Naolinco no duerme, para algunos se trata de la más larga, para otros, la más corta que no quisiera que acabara, como tampoco quisieran que se terminara el tradicional licor de morita, jobo, piñón y de berenjena.
A tan solo 32 kilómetros de la capital del estado, se erige el ahora orgulloso Pueblo Mágico, que previo a la celebración del Día de Muertos, pone manos a la obra a los artesanos y a los habitantes en la elaboración de las catrinas y los altares de 9 niveles. Todos adornan las calles con coloridos papel picado con figuras de calaveras.
Puede ser que igual al año 1542, cuando los totonacas asentados en la región, se preparaban para cantarle a los muertos, ahora los habitantes y visitantes se concentran en la Iglesia de la Virgen del Carmen para iniciar con canticos, las alabanzas a los muertos, que según la tradición es el único día que tienen permiso para visitar la tierra de los vivos.
De ahí, en procesión, se dirigen al cementerio pulcramente limpio y adornado, en donde ya espera el grosor de los visitantes para acompañar a las familias a las tumbas de sus muertos y continuar con las alabanzas.
Hasta las 12 de la noche se entonan esos canticos para después y hasta el amanecer, entonar los llamados Alabados, que no son más que canticos más tristes en los que la persona al frente del grupo entona una estrofa y los demás repiten los versos.
Otros, prefieren visitar los altares de 9 niveles elaborados en las casas, que representan el peregrinar en la vida, los 9 meses en el vientre de la madre. En ellos se coloca la comida que a los difuntos les gustaba y para que puedan llegar se coloca un camino con flores de cempasúchil. En cada casa los visitantes son invitados a comer.
En las calles se pueden apreciar a las catrinas y a los catrines, que van y vienen toda la noche y hasta el amanecer, cuando las almas de los difuntos regresan al inframundo.